
A un paso de tí
tengo miedo de decidir
tengo miedo de mí.
De todo aquello que soy
de todo aquello que no tengo
Yo por ahi tengo algo que dice
"aun no estoy lista para perderte"
"para
ir por el mundo preguntando porque"
Muchas gracias Dragut, por
darme permiso de subir tu escrito a mi blog
bsos malaika
Fernando Iwasaki
Milenio Diario
Antaño las chicas guapas tenían una amiga gordita cuya amistad había que
cultivar para acercarse a las inalcanzables, pero hogaño las chicas guapas
tienen un amigo gay cuyos gustos hay que cultivar para acercarse a las
inalcanzables. ¿Quiénes son los “metrosexuales” de hoy? Pues los hijos de las
gorditas de ayer, que se pusieron las botas con los pretendientes que rechazaron
sus amigas.He leído numerosos artículos y reportajes que la prensa española le
dedica constantemente a los “metrosexuales”, y deploro que lo que podría ser una
aproximación sociológica se haya reducido a una promoción publicitaria. Así
ocurrió con el libro Bobos in paradise (2000) de David Brooks y así ha ocurrido
con el concepto de “metrosexual”.Los primeros “metrosexuales” aparecieron a
fines de los ochenta en los campus universitarios de Boston, Berkeley y Nueva
York, en plena hegemonía del “gay power” y cuando la tolerancia hacia
homosexuales y lesbianas se consagró como políticamente correcta. En aquel
contexto, el “macho-sexual” de toda la vida quedó absolutamente desprestigiado
por bruto, cochino, ignorante, insensible, maleducado y ordinario, en contraste
con el gay que era fino, limpio, culto, tierno, exquisito y cortés. Ahí fue
cuando el amigo gay desplazó a la amiga gordita en el entorno de las
inalcanzables, porque además las ayudaba mejor a la hora de comprar ropa.Por lo
menos la amiga gordita era capaz de encontrarle virtudes al más burro (“te
quiere mucho”, “es un pedazo de pan” o “será un buen padre”), pero el amigo gay
era absolutamente intransigente (“es una bestia parda”, “no te pega nada” o “a
mí me daría vergüenza ajena”). ¿Qué ocurrió entonces? Pues que algunos
individuos comenzaron a cultivar su aspecto, sus modales, sus conocimientos y su
sensibilidad, sin descuidar la moda, la vanguardia y los gustos de la época,
pues no sólo buscaban la aprobación de la guapa de turno, sino especialmente la
del amigo gay.En 1994 Mark Simpson escribió en The Independent un artículo
titulado “Here come the mirror men”, anunciando la aparición de un estereotipo
masculino que bautizó definitivamente en la web www.salon.com, gracias a una palabra que ha tenido fortuna:
“Meet the metrosexual” (julio de 2002). Desde entonces el hombre “metrosexual”
tiene sus iconos, sus debates, sus lecturas, su estética y hasta su marketing. Y
a España —por desgracia— sólo ha llegado el marketing.A estas alturas de la vida
no tendría por qué extrañarme al descubrir que nos quieren vender la moto de que
el “metrosexual” es un tipo que juega con su ambigüedad sexual, que recurre a la
cosmética, que se abona al cirujano plástico y que se gasta una pasta en pulir
su imagen a punta de coches, gimnasios y ropa de marca. Pero ocurre que el
origen de la “metrosexualidad” está en el viejo truco de seducir a través del
arte, la lectura y el conocimiento, aunque —eso sí— con un poquito más de
colonia, champú y ropa limpia.Las polémicas gringas no sólo nos llegan tarde y
mal, sino absolutamente fuera de contexto, porque si admitimos la existencia de
“metrosexuales” en España, también habría que hablar de “retrosexuales” y
“PoMosexuales”, conceptos más que relacionados con la presunta
“metrosexualidad”. ¿Pero existe de verdad el hombre “metrosexual”? Lo que existe
es una constelación de productos en busca de clientela.
malaikis 2008
con la colaboracion del diario milenio (copy/ paste
a mucha honra)